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Efigie de Jesús Crucificado, herido padre Pío, don y ofrenda, en ti glorificamos al Amado que a su misión de amor te abrió la puerta. Un río vivo fluye de tus manos a quien, buscando a Cristo, a ti se acerca, y por tu diestra alzada en sacramento los ángeles de Dios celebran fiesta. ¡Oh buen Jesús, oh Sangre de tu Padre, en El la gratitud y gloria sea, a ti, misericordia desbordada, que en tus gloriosas llagas nos recreas! Amén. Vísperas En la hora de la tarde brillan los misterios vespertinos: la Eucaristía y la muerte de Jesús. Contemplamos a Jesús muriendo: holocausto en obe– diencia. La cruz es el altar del mundo. Contemplamos al pecador -a mí- a quien se le abre el Paraíso, al alzarlo Jesús hasta su Cruz y hasta el triunfo de su resurrección. En esta escena se anuncia ya el futuro. Ésta es la imagen del Señor en la que debemos encuadrar al Padre Pío al iniciar las Vísperas. Recordamos en este himno al Padre Pío como víctima de amor -así se había ofrecido al Señor- y recordamos aquellas expresiones suyas que lo definen en su misión de intercesor, unido a Jesús: "Puedo olvidarme de mí mismo, pero no de mis hijos espirituales. Incluso puedo asegurar que, cuando el Señor me llame, yo le diré: Señor, yo me quedo a la puerta del Paraíso; entraré cuando haya entrado mi último hijo". La hora de la tarde nos está evocando el cielo, pero el cielo que ha alcanzado la cruz de Jesucristo.
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