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Felices los hermanos que un día te acogían; felices los enfermos de aquella enfermería. La pura caridad: tal fue tu norma y guía; y la contemplación con ella bien se unía. Y por tu sencillez se te mostró María, la Reina sin corona, que un Hijo poseía. Humilde hermano nuestro, bendito Jeremías, enséñanos amor, y a orar con valentía. ¡Al Hijo, Dios Altísimo, amor y pleitesía, a él, que es nuestra Pascua, la paz y la alegría! Amén.

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