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"La riña comenzó entre la Navarrería y el Burgo de San Cemin por causa de las mOfas que riñeron unas con otras, saliendo a defenderles los de San Cemin y los de la Navarrería..." Por lo expuesto se ve que las mujeres habían tomado ya parte en la política, especialmentelagentejoven; lasmujeres tienenannas eficacísimas contra los varones, y son éstas: las uñas, el griterío, el desmayo, las lágrimas y la pataleta. "Poco tiempo después, se volvió a encender la discordia, esta vez entre los muchachos, maltratando los de SanNicolás alos de San Cernin, produciéndose una refriega donde muchas casas fueron quemadas y murieron quinientos (?) doncenllas y la ciudad de Pamplona estuvo a punto de perecer aquel día". "Murieron en total ochocientás personas". Paz y Bien en Pamplona Trabajamos aquí con la leyenda; no hay prueba histórica alguna; es el momento de la intervención de San Francisco. Tres años antes, en 121 O, había intervenido en Asís para un convenio de paz entre los MAYORES y losMENORES, fonnando una de las primeras democracias cristianas de la historia. Por este convenio, se comprometían ambas partes a no fonnar ninguna alianza ni con el Papa ni con el Emperador, sin el mutuo consentimiento de todos, y "se pondrán de acuerdo acerca de lo que sea necesario para el progreso de la ciudad". En virtud de otras cláusulas del tratado, los caballeros renunciaban, sobre censo, a los derechos feudales, los habitantes de las aldeas vecinas quedaban asimilados a los ciudada– nos de Asís, fijábanse los tributos y tasas, se daba plena libertad paralos negocios, se dictaba una amnistía general para todos los emigrados y refugiados en las ciudades vecinas, etc... En Bologna, en 1222, tuvo que actuar San Francisco para la unión de los ciudadanos, separados por odios políticos; hay un testigo que oyó el discurso del Santo, se trata de un estudiante, Tomás de Spalato que resume la actuación de San Francisco: "Habló en la Plaza Comunal, donde se había reunido casi todo el pueblo. Habló de los ángeles, de los hombres y de los demonios, con toda elocuencia y precisión, tan profundamente que hasta los más ilustrados se maravillaban de ver a un iletrado expresarse de aquella manera. Nada tenía su discurso de la 38

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