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Prólogo A fines de junio de 1985, estando de vacaciones en Elgoibar, recibí una carta desde San Sebastián, firmada por Mons. Alejandro Labaka Ugarte, Prefecto Apostólico de Aguarico (Ecuador), en la que me pedía que le enviara con urgencia una copia de mi pasaporte. La razón era que me había anotado para ir con él a China en una excursión organizada. Ni siquiera me lo había preguntado. Dio por hecho que yo aceptaría. Alejandro andaba con esa idea metida en la cabeza desde dos años atrás, cuando se enteró de que los chinos permitían la entrada a turistas. La primera vez envió una carta a la embajada china en Madrid, diciendo con detalles de quién se trataba, y el interés que tenía en volver a la nueva China. Pero llegó tarde. De la embajada le respondieron que el cupo de visitantes estaba completo para ese verano. Ahora, un par de años después, se presentaba otra oportunidad. Le envié el pasaporte a San Sebastián, y una semana más tarde me habló por teléfono diciendo que todo estaba arreglado. Saldríamos para China el día 15 de julio. La ruta: San Sebastián-Madrid-Frankfurt– Beijing. Visitaríamos las ciudades de Beijing, Xi'an, Suzhou, Nanjing y Shanghai. Tres días más en Hong Kong y regreso por Frankfurt. En total dos semanas. Los gastos corrían a cargo de la Curia General. En 1985, después de cuarenta años de régimen comunista, no sabía– mos nada de lo que sucedía en el Kansu. Desde muchos años atrás conocíamos la muerte de dos sacerdotes en prisión, uno de ellos, Lucas Chang, el primero y único ordenado en Pingliang por Mons. Larrañaga antes de su expulsión. Esta noticia provenía de un hermano suyo Fran– ciscano, residente en Taiwan, el padre Adyuto Chang. Las demás eran 7

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