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día. En realidad calentaba los motores de un largo vuelo misionero. Mi correspondencia y mis informes a los Superiores traté de que fueran frecuentes y progresivos, con informes cada vez más detallados, con visiones mucho más concretas y realistas. En la casa, aunque pagaba mi estadía razonablemente, echaba una mano en todo: la cocina, el lavado de ropa y los retretes, el jardín, la compra, etc. Esta disposición, que debe ser normal en la propia casa, en casa ajena deja el mejor sabor de boca. Hace misionero desde dentro. Ratifica y confirma tus proyectos y decisiones. Por mi condición de turista, me veía obligado a salir cada tres meses de Hong Kong, y aunque al principio pensé que mi destino natural era Manila, luego vi que con sólo salir a Macau, me renovaban la visa por el mismo tiempo. Esto fue como vivir permanentemente en Hong Kong sin necesidad de gastar en viajes obligados. En Hong Kong se vivía ya un ambiente de incertidumbre y casi de malestar, previendo el futuro a cort~ plazo. Ya el año 1990 mucha gente se iba a vivir a EE.UU. , o a Canadá, a probar si el cambio les convendría en el futuro. Todos los que podían, tenían preparado su pasaporte a la espera de una definición política del gobierno chino. Pero la mayor parte no podía moverse de donde estaba. En realidad ningún chino hongkonés se fiaba de los chinos hambreados del continente; y en consecuencia, todos gastaban su dinero como si el mundo fuera a acabarse de la noche a la mañana. La construcción seguía sin embargo en un plan de locura; pero quienes conocían el secreto sabían que muchos de los capitales eran chinos. Beijing se estaba labrando su propio futuro desde veinte años antes en Hong Kong. Los extranjeros y los misioneros de esta ciudad tenían una actitud muy parecida a la de la gente: estaban a verlas venir, sin hacerse demasiadas preguntas, con un cierto fatalismo. El dinero sí, se iba en grandes cantidades hacia los bancos en el extranjero. En Macau sucedía algo parecido. Los misioneros extranjeros, vetera– nos la mayor parte, no se sentían con arrestos para iniciar algo nuevo. Sencillamente esperaban. Los chinos, sabedores de que a fin de cuentas la 27
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