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a saciarse de gozo junto al Padre y a preparar la mesa de familia. Se fue, pero volvía, se mostraba, lo abrazaban, hablaba, compartía; y escondido la Iglesia lo contempla, lo adora más presente todavía. Hundimos en sus ojos la mirada, y ya es nuestra su historia que principia, nuestros son los laureles de su frente, aunque un día le dimos las espinas. Que el tiempo y el espacio limitados sumisos al Espíritu se rindan, y dejen paso a Cristo omnipotente, a quien gozoso el mundo glorifica. Amén. 36. Ninguno se atrevía a preguntarle 54 Ninguno se atrevía a preguntarle: "¿Tú quién eres, Señor de la mañana, amigo penetrante que conoces el secreto del mar y de las almas? ¿Tú quién eres, que aguardas a la orilla con el fuego y el pan sobre las brasas, que te acercas y entregas con tus manos una hogaza de pan y tu confianza? ¿ Quién eres que contigo se está a gusto, y la amistad florece donde pasas?

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