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comencé a paladear la lengua de los francos y sajones, el dulcísi– mo provenzal, los latines de los clérigos, y los primeros vagidos de la lenguade Castilla, ahí nomás, sanMillánde la Cogolla. Toda una Babel ambulante en miniatura, sesteando a mis orillas, be– biendo de mis aguas y humedeciendo sus pies en mis corrientes. Y a todos me brindé yo, sin distingos; yo que siempre recé, y aún lo hago, en euskera, a Jaungoikoa, al hacha llamé aizkora, hija de la piedra, y ur al agua de mi cauce. Que cada orilla paladee con morosidad su propia lengua, pero que ambas a dos se amen, sin jamás estrangular el río que un día los acuñó en sus aguas. Mi amor es para todos. Se enfrasca de nuevo en la lectura del Cronicón. Aparece el donado Antonio, hombre rezador y bueno. Trae al hombro un canasto de flores y verduras. Arga: ¡Hola, Antonio! A tus espaldas revienta la primavera. Antonio: Porque tú, con tu frescor, besas a diario la huerta, y no hay terrón que no guste la bondad del agua fresca. Arga: ni campesino que no mire al cielo, y no agradezca la lluvia que desmigajan las nubes sobre la tierra. 0D
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