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111. Imperativos pastorales 1. Tomar en serio el mundo que nos toca vivir El mundo en el que hoy vive la Iglesia se ha transformado, profunda y rápidamente, por el hecho masivo de la comunicación, la masificación de la educación, la integración mundial en un sistema único de economía de libre mercado, el triunfo de la ideología neoliberal y la hegemonía de una cultura tecnocrática. A pesar de un reciente despegue económico, advertible hoy en algunos sectores, las consecuencias de la crisis son evidentes: deuda externa casi impagable en muchos países del Tercer Mundo, alto nivel de desempleo, degradación peligrosa de la naturaleza en todo el planeta, injusta redistribución de la renta, crecimiento de las bolsas de pobreza por doquier e inmigraciones desesperadas de los más pobres hacia los países opulentos. Como consecuencia se han producido otros efectos negativos en nuestra sociedad: fanatismos y nacionalismos radicales, comercio inmoral de armas, tráfico y consumo de drogas, abusos sexuales de menores y brotes de agresividad brutal. La crisis religiosa es una muestra de la crisis social y cultural que estamos viviendo. Por otra parte, se ha perdido en gran medida el soporte comunitario social tradicional de herencias religiosas y morales, a causa de la transformación de la cultura agraria, la reducción del cometido educa– cional familiar, el aislamiento y anonimato de las personas y la masifi– cación de la sociedad. De una parte, no es posible restaurar aquellas redes de comunicación -familiares o sociales-que hasta la década de los sesenta favorecieron la transmisión de la fe y de los comportamientos éticos. Hay un distanciamiento evidente entre Iglesia y cultura occiden– tal moderna, entre familia y actitudes cristianas, entre formación reli– giosa y escuela estatal. En una palabra, la Iglesia no acaba de asentarse en la cultura moderna. Emite un discurso ambiguo. Por una lado defiende la 'civilización del amor", los derechos humanos, las estructuras sociales más justas, el entendimiento entre todas las religiones, el diálogo con las ciencias modernas, etc. Por otro, pone frenos al "espíritu de la moderni– dad" en aras de preservar la fe, con los argumentos de la unanimidad de 72
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