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intuición originaria y no convierta a Bizitegi en un recurso social más. Y permitidme acabar con un texto que recoge de un modo muy bello algo de los que es Bizitegi: "Muy alto, el rostro se me escapa, y siendo muy débil me inhibe cuando miro sus ojos desarmados. Me resiste y me requiere, no soy en primer término su espectador, sino que soy alguien que le está obligado. A merced mía, ofreciéndoseme, infinitamente frágil, desgarrado como un llanto suspendido. el rostro me llama en su ayuda, y hay algo imperioso en esta imploración. Su miseria no me da lástima; al ordenar– me que acuda en su ayuda, esa miseria me hace violencia. La humilde desnudez del rostro reclama como algo que le es debido mi solicitud. En efecto, mi compañía no le basta a la otra persona cuando ésta se me revela por el rostro: ella me exige que yo esté "parallella y no solamente "con" ella. De modo que es el rostro en su desnudez loque me hace desinteresarme de mí mismo. El bien me viene de fuera, lo ético que cae de arriba. El rostro del otro me intima al amor o por lo menos me prohíbe la indiferencia con respecto a él. El rostro me acosa, me compromete a ponerme en sociedad con él, me subordina a su debilidad, en suma, me manda amarlo" (A. Finkielkraut, La sabiduría del amor). José María Lana 115
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