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de todas las dimensiones de nuestro vivir de las que tratan las Constituciones. Sin esta clave corremos peligro de entender nuestra legislación de modo inadecuado, pobre e insuficiente, de modo que, como sucede muchas veces, un texto es aceptado pasivamente y sin entusiasmo, por no decir con poco o ningún peso sobre nuestra vida real. La confirmación de este razonamiento nos viene del Evangelio que, en el momento de ser anunciado, invita a los hombres a una previa conversión de mente (la 'metanoia') sin la cual el Evangelio no es comprensible, ni puede ser aceptado tal como es realmente. Clave La palabra "penitencia" tiene, al menos, tres acepciones diver– sas, dos de las cuales tradicionalmente son más conocidas y una tercera, normalmente menos conocida, pero más importante y radical y más adherida a la esencia del Evangelio. La primera acepción es la del reconocimiento, amargura y rechazo del propio pecado, es decir, el arrepentimiento; la segunda es una necesidad de expiación del pecado mediante prácticas de mortificación de la propia carne y de las propias pasiones, es decir, la austeridad; la tercera consiste en acoger la invitación evangéli– ca, antes indicada, de "cambiar la mente", a convertirse no sólo en el sentido de dejar éste o aquel pecado sino de acostumbrarse a ver las cosas con una perspectiva diversa y contraria de la que por instinto está en el corazón y que es aceptada en el entorno en que vivimos. Francisco sin dejarse ilusionar por los primeros aspectos de la penitencia, que ciertamente ha practicado, pero sólo como deriva– dos y lógicos, se ha aferrado por intuición y, desde el principio, al valor primario y radical de la "penitencia-conversión". Así lo refiere expresamente Celano: "Francisco -le dice Dios en espíritu– /o que has amado carnal y vanamente, cámbialo ya por lo espiri- 93

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