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llevar a los no creyentes a la fe y para hacer progresar a los creyentes en la vida cristiana. Nuestro modo de apostolado no es tampoco como el de los Jesuitas proyectados yqueridos por su fundador como "Compañía" en sentido militar del siglo XVI, es decir, como un cuerpo discipli– nado de apoyo y defensa de la Iglesia. Nuestra vocación apostólica nace, se podría decir, de un estado de tensión no resuelto en el ánimo de Francisco, perennemente atraído y seducido por la llamada a la oración y, en contraposición, eternamente reclamado e impulsado a estar en medio de los hombres para proclamar el misterio de la salvación y conquistarlos al amor de Dios. A este propósito es del todo significativo este texto: "Hermanos -decía-, ¿qué me aconsejáis? ¿Qué os parece más laudable: que me entregue del todo al ejercicio de la oración o que vaya a predicar por el mundo? Ciertamente, yo, pequeñuelo, simple e inexperto en el hablar, he recibido una mayor gracia para la oración que para la palabra. Me parece también que en la oración hay más ganancia y aumento de gracias; en la predica– ción, en cambio, más bien se distribuyen los dones recibidos del cielo. En la oración, además, se purifican los afectos interiores y se une el alma con el único, verdadero y sumo Bien.fortaleciéndose en la virtud; mas en la predicación se empolvan los pies del espíritu, se distrae la atención en muchas cosas y se rebaja la disciplina. Finalmente, en la oración hablamos con Dios y lo escuchamos, y, llevando una vida casi angélica, vivimos entre los ángeles; en la predicación, empero, nos vemos obligados a usar de gran condescendencia con los hombres, y -teniendo que convivir con ellos- se hace forzoso pensar, ver, hablar y oír muchas cosas humanas. Pero hay algo que contrasta con lo dicho y parece que ante Dios prevalece sobre todas estas cosas, y es que el Hijo unigénito de Dios, Sabiduría eterna, descendió del seno del Padre por la salvación de las almas: para amaestrar al mundo con su 107

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