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en la catedral de cuya preparación y pasmada realización no quiero acordanne. Si descontamos la fe puesta en ella por las hermanas Tercia– rias Capuchinas -además de la particular de cada cual, por supuesto-, aquello podría haber sido un recuerdo por S. Esteban, el protomártir. Tal fue el entusiasmo exhibido. Osear Beozzo, que asiste en Quito a una reunión del CLAI, me comenta: - Qué lástima este acto. ¡ Vayaun recuerdo paraunpastorde indígenas! En general, para los diversos actos del aniversario asistieron algunos obispos,muy pocos. Tres si queremos ser exactos, otros dos se excusaron. Mons. Ruiz ya dijo que la Conferencia Episcopal no organizaría nada. Pero almenos haceun afio se colocó en su sedeuna de las lanzas homicidas con plumas y todo; debajo, en la placa, se le ponía a Alejandro como ejemplo perenne de entrega alos indígenas. Ahoralas ausencias no quieren decir, según creo, que los monsefiores sean gentes de poca fe o escasa memoria, sino que los agobia el trabajo. De la misma manera quisiera rebatir otro infundio que a menudo se propaga sobre nuestros pastores. La presentación que Mons. Luna -me dicen que cosa semejante sucedió conMons. Gonzalo en Coca- hizo de la CRÓNICA lo evidenció. No es cierto que esa deslumbrante cruz pectoral libre alos obispos de toda pasiónnecesaria para serhumanos. Ni tampoco que la responsabilidad yel rigorpormantenerla verdad revelada equival– gan al rigor mortis. AMons. Luna quiero agradecerle su compasión con un obispo de indios yla vida desplegada en el testimonio de su fe. Gracias, mi sefior. SAMONA PLAYA Aquí, donde el Yasuní se adormece tanto que sus aguas indecisas fonnan casi una laguna, Alejandro, nuestro amigo yobispo desaparecido, soñó alguna vez creyendo ver un paraíso. 79

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