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ofrezco estos sufrimientos. Por su autodeterminación. Parece que las definitivas palabras a su secretaria, fueron: - La Iglesia es la única responsable de ese peso que por siglos han sufrido los indios. ¡Qué dolor, qué dolor!. Frases estas que a todo el mundo civilizado y blanco parecerán exageradas. Producto probablemente deuna conciencia ya desgastada por la enfermedad. Proafio hablaba poco, sabía escuchar. Pero creía en la palabra, amaba las palabras de la gente. Y su arma de luchador, esa espada de dos filos. fue la Palabra. - Toda la enseíianza para servir a los pobres está en el evangelio. No he inventado nada -le dijo a Mons. Luna mientras le abrazaba despidién– dose. Ahora oirá ese vendaval furioso de palabras que su muerte ha levan– tado como hojas. Entre tanto lenguaje dicho para ocultar el pensamiento él nos enseñó a buscar la palabra verdadera; aquella que creó un mundo para todos y siempre quiere recrearlo. Oirá, un tanto perplejo, la traducción que el Presidente Borja hizo de sus palabras testamentarias: - Me pidió que hiciera algo por los pobres, que no me olvidase de los campesinos. Yo cumpliré ese pedido. La campaña de alfabetización que emprenderemos se llamará Leonidas Proaño. Mas no se asombrará de que los indios, en pocas horas, fueran olvidados. Como no le cogió de nuevas observar, en la última reunión nacional convocada por él para definir el reglamento del Seminario Indígena, la representación asistente: un indígena del Chimborazo y tres misioneros espaíioles del Oriente. · - En Ecuador vivimos desintegrados por no querer reconocer las raíces de nuestra identidad mestiza. No aceptamos la sangre india y su cultura que corre por nuestras venas y, así, nos rechazamos a nosotros mismos. Vivimos sin encontramos. Algún día lo haremos. Así decía este obispo. 76

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