BCCCAP00000000000000000001195

Pero dejó estos pensamientos porque tenía asuntos urgentes que atender. Alguien llamaba a su puerta. La paz Este viejito que yace un poco encogido a la vista de gentes tan encumbradas yde futuros homenajes, fue en sus días unobispo incómodo. Algunos encopetados darían un respingo si ahora abriera los ojos. Esos ojos a los que ni la muerte habrá arrebatado la bondad del mirar. Si hubo profetas en los últimos 50 años de la Iglesia ecuatoriana, Proaño fue uno de ellos. Aunque calló mucho y nunca fue orador de multitudes, eratenaz ysupacienciaremoviómuchaviolencia. EnOrlmborazo, donde las 2/3 partes de la población son indios, y serlo es estar condenado a ser nada, este obispo pretendió reconciliar al tigre con el cabrito. Alos penúltimos señ.ores de horca y cuchillo con la gleba de los campesinos. Creyó siempre en los tiempos del Reino y, como un niñ.o, metió la mano en el agujero de la serpiente. Conoció la cárcel pordentro, asícomo también la difamación del Poder y la gélida sonrisa de variados eclesiásticos. Repartió su tierra y su reflexión entre los desheredados; la fortuna le cabía en un hatillo. Fue apreciado por gentes insignificantes y ese amor lo llevaba como una condecoración. En todo caso, ni la admiración ni la envidia pudieron sobreponerse a su impávido rostro de indio tallado en paz. Ése fue uno de sus secretos, tan sorprendente que contagiaba su fe. La palabra La conversión de Proaño a los indios se dio a su vejez. Hasta entonces los había defendido dentro de la masa informe de los campesinos pobres. Quizá la vida le enseñ.ó que los indígenas no vencerán la pobreza a costa de su identidad. Resultaría algo lamentable llegar atenermás si ya se dejó de ser. En sus horas finales le dijo a Tankamash, Presidente de CONAIE: - Quiero que sepan los indios del Ecuador que los he amado; por ellos 75

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz