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te incontrolable. Hoy están juntos los dos, abuelo ymuchacho, defendién– dose mutuamente; acaso admirándose en silencio. - Claro que aprecio bastante a mi guitarra -dice apagadamente D. Baloit. Como el suefío me huye, para la una de la mafíana ya estoy templando... - ¿Pero ya oye lo que suena, abuelo? - El guitarrista siempre lo siente -dice el viejo. Bolívar sonríe mirándolo, como embebido de esa irreductible soledad del halcón. 7 2 • ¡Vivan las tres cruces! Ya dije que la llegada del misionero es una grata ruptura en la diaria monotonía; motivo de fiesta en el trabajo y expresión de una intensa, aunque turbia, esperanza religiosa. D. Nélido vino a rogarme que dejara presidir la misa a su enonne cruz de madera. - Le tengo mucha devoción, padrecito. Ahora le iremos poniendo palmas y flores como adornitos para que se vea bonita. Así lo hacen. Prenden también alrededor tantas velas, que la gran cruz pintada de rojo surge fulgiendo entre el oscuro chocar de las palmas. Los campesinos se acercan a besarla, la acarician como a un amuleto, y pasan después ese tacto a sus frentes y pechos, a los de sus hijos... Como siempre, tengo la impresión de que su comunicación con ese signo de tortura y muerte es instantánea y su compasión desbordante. Como si todo el potencial salvífico del sufrimiento lo despacharan mentalmente hacia el "otro mundo", pues esta vida no les deja mayor resquicio para la espera. Sólo el hombre está solo. Un campesino termina así su confesión: - ...De todo esto y de los grandes pecados de mi vida pasada, confesados y olvidados, me arrepiento y ahorita rezaré a la bendita llaga del hombro derecho que Jesús tuvo al cargar la cruz... Soy muy apegado a esta devoción porque me ayuda bastante. 60

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