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por delante, cargando mi mochila y explicándome los nombres de las plantas y animales. Me gustan las palabras de la gente. A caballo, internándonos por la selva no domeñada por las carreteras o guardalfneas, la naturaleza impone su propio latido. Cuando la senda se acurruca entre las densas palmas y arboleda, nos acerca un verdoso crepúsculo que tiene algo de sobrecogedor. No hay horizonte, ni siquiera sol; el hombre queda reducido a un animal perplejo, desorientado. De ese arbolado mar se filtra una luz indecisa como de acuario. Vanamente quiero descifrar, o tan siquiera localizar, las mil voces de la tierra que habla sólo consigo misma. Nélido camina ahora silencioso por la hechizada penumbra. Tal vez la propia imponencia de la jungla alimente ese torrente mágico que mana de las almas de estos campesinos. Al fin y al cabo viven empozados en la selva animada donde la vida vegetal y animal crea un tejido tan enmara– ñado e intenso, que aparece embrujado de leyendas. El tranco lento del caballo me deja a solas con ese asombro, en fascinante comunión con el bosque. Cuando la veredita se libra del agobio del boscaje, Nélido reanuda su hablar cadencioso. Nopueden conseguir, me dice, una ayudita oficial para abrir un camino hasta el Centro Poblado. ¿No podrfa echarles una manita para ello? 2 11 • La derrota del niño y su caligrafía triste Angel Jempektaes elprofesorque atiendeestegalpóntriste ydesmañado al que llaman escuela. Es un shuara con todo el genio de su raza: orgulloso, dominante, violento e indisciplinado. Pero hoy no está acá. Al enterarse de la llegada del misionero se encolerizó: - La escuela es mía -dijo; sólo mando yo aquí. No hicimos esto para rezar, ¿no es cierto? Busquen, pues, otro sitio para la misa. 54 Después, en un brusco cambio de humor: - ¡ Viernes y sábado no habrá clase!

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