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sorben un largo trago de dulce chucula y tratan de mecerse en el misterio que los rodea. ¡Qué lenta y sabiamente la vida se desvive en las últimas luces, suavísimas, del río! Una siona teje la shigra conlos nervios trenzados de lachambira, el hilo lellega alasmanos desde los prensiles dedos del pie. Esos anchísimos pies, como palmeados, con que los indígenas proclaman su apego vital a la tierra; pies con algo de raíz o, incluso, de humanos minerales. Cada día avanza pocas puntadas, pues continuamente atienden al apagado rumor del río, alas ollas y los hijos, o, en fin, ala vida fugaz de la luz enla ribera. Por un momento, nos aturde el espejismo de haber alcanzado el fabuloso mundo del ocio, donde la prisa o las necesidades fueron sabiamente abolidas. Donde ningún negocio tendría sentido. Todo lo que te basta, está a tu alcance. No es el paraíso y ni siquiera ha de durar. La civilización los cerca con una tentación irresistible, el sonido inexorable del tiempo está al llegar. Sus tierras y reservas de caza van siendo invadidas y hasta el turismo vertiginoso quiso llevarse en sus pupilas algo de esa novedad que apenas descubrieron. Algún anciano siona, con las viejas pinturas en el rostro, susurra la afíoranza de su lejana vida, errante y libre; no lo confiesa, pero sabe que se perdió para siempre. Los misioneros no dicen adiós, pues el corazón siente que volverán.No a traerles progreso, técnica, medicina, sino más bien a apreciar la morosidad de su sonrisa aprendiendo acaminar con indolencia, a abrir las manos del alma y verlas llenas de un puñado preciosísimo de las semillas del tiempo original. Del tiempo invulnerable. ELOGIO DE LOS APÓSTOLES AUTÓCTONOS ¡Con qué fidelidad los catequistas acuden a los cursos! Hombres y mujeres, por lo general casados, se vienen dejándolo todo y sin poner reparo ala lejanía, las lluvias o al abandonado trabajo. Apenas saben leer; 49

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