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Por su parte, los pequefios aceptan ese dafiino caldo de cultivo y tratan de sobrevivir empleando las mismas armas. Lo cual es un suicidio anunciado. No aciertan el camino para salir de una lucha sucia, donde valen las delaciones y el chantaje, en la que los pececillos se hieren entre sí hasta que son devorados porlos más grandes. Todo se vende en estos días y las vidas de los pobres tienen poca cotización. EL FESTÍN DE LA TIERRA Los antiguos misioneros capuchinos desconoceríanquizá ahoramismo la tierra que acá patearon como selva. Lo que retienen sus ojos y quiere el corazón es ya historia, materia de olvido, menos que nada ante el eterno progreso. Escuchad, pues, a los que entre vosotros puedan todavía contaros cómo el hombre vivía libre de otros hombres y sujeto a la selva, cómo existió algo parecido aun jardín, aun con espinas, hasta que alguna enorme máquina arrancó de sus raíces el árbol de la ciencia del bien y del mal. Y la codicia se vino disfrazada de mil maneras. Ahora quedamos nosotros como testigos de la tala del bosque yde las nobles culturas indígenas, obligados a decir sin reposo la verdad de los débiles. La verdad que pueda hacemos libres entre tanto lenguaje civili– zado dicho para ocultar el pensamiento. La tierra del Oriente ecuatoriano está siendo repartida como la tarta de las bodas de la nación con su futuro. Lasmultinacionales manejan el cuchillo conmuchapericia ygenerosidad: concesiones petroleras; reservorios forestales; latifundios palmeros; te– rrenos de seguridad nacional... ¡Qué pocos y débiles y desorientados nos sentimos! Verdaderamente vivimos tiempos sombríos. Librarse de la violencia, dar bien por mal; tal es la sabiduría. Pero no siempre es posible. Nosotros que queríamos preparar el camino de la fraternidad, no podemos ser constantemente amables. Ahora preparamos en el Vicariato un "Documento" denunciando la 47

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