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- Vengan pá cá las banderillas, vamos a picar a este morucho pá que se encienda. Acudió el sobresaliente con los palitroques y era de ver cómo el rechoncho Tortuguita, con la peluca a la birolé y el maquillaje algo venido a menos por la transpiración, engallaba el porte escasamente cimbreño y citaba, alegrando al bicho. - ¡Jé, toro! ¡Muévase, postrado! Arriesgó tanto que el cebú se arrancó y el maestro, quebrándole saleroso, puso un enorme par... en el suelo. Se desmadejaba de risa el respetable. Pero el animal, a pesar de que Tortuguita aprovechaba las pasadas para atizarle con el arponcillo con disimulo, no colaboraba ya. Yo seguía jaleando: - ¡Hala, maestro, aún se puede! ¡Dele muleta! Viendo el panorama Tortuguita varió el repertorio. Arrojó toreramente la franela y se dispuso a un desplante de la casa. Acuclillándose en tierra fuese gazapeando en retro hacia el animal cebú hasta poner sus posaderas carmesí a un metro de los pitones. Los parroquianos animaban a la res para que acelerase. Pero sabe Dios qué podría parecerle aquella tortuga bermellón que se le echaba encima, el caso es que también el animal reculaba. El titiritero dio entonces varios saltos, siempre de retro, que llenaron todavía de mayor zozobra al bicho. Olfateaba las posaderas y retrocedía. El Temerario conminó a Lechuguín: - ¡Ponte al quite que arrancará! Como si le hubiese oído, atacó el morlaco de tan corto que Tortuguita resultó disparado, deslizándose como un ciempiés por el piso, atropellado por el mugiente cebú. Lechugufn y hasta Temerario salieron al quite entre la algazara general. En ese momento llegaron las aguas, sin previo aviso. Tormenta y desenlace No fue llegar sino más bien abalanzarse con furia y pesadez tales que la asistencia salió de estampida en busca de refugio. Por los apremios del caso al gentío le dio por hallar el camino más corto y de ahí que el cerco 42

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