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Traidoramente el cebú quiebra una guadúa y se les echa encima como un huracán mugiente, las pezufias altas y la testa baja. Lechuguín al punto se descompone y, abandonando en el sitio la capa, se lanza de cabeza a tablas. Allí presenta una lastimera figura, las arremangadas faldas dejan verunos calzones floridos, así mismo presenta los pechos virados a causa del trompicón. Por su parte, al maestro la alevosa arrancada lo pilló de perfil, componiendo un natural y, aunque hizo lo imposible por hurtar el cuerpo al bicho, sólo lo consiguió a medias. Salió muy rebrincado, perdiendo en el lance gorra y muleta, y dio varios traspiés hasta dar con sus huesos en la arena. Con todo se paró creciéndose al castigo y, después de enderezar la peluca que con el encuentro se movió tapándole un ojo, agarró la franela y se fue a por el toro. ¡Un jabato! En los mismos medios le aplicó al enfurecido bicho media docena de doblones muy jaleados por el personal. Ciertamente el maestro abusaba algo, no tanto del paso atrás sino de la carrerilla; pero él mismo lo explicaba, entre sofocos, refugiado en tablas: - Chucha, qué ganado. Cómo busca el cuerpo. - Ten cuidado. El bicho cabecea y se vence por el izquierdo -alertaba expertamente el Temerario. - ¿ Una foto maestro? - Un ratito, decía Tortuguita -que se había zafado la pelota-nariz para resoplar a sus anchas-, ¡ahorita! -dijo colocándosela de nuevo. Entretanto Lechuguín hacia 'footing' ante el cebú; a cada arrancada las pálidas piernas del diestro se precipitaban en frenética huida hacia cualquier punto hasta que la res perdió gas y se aplanó aculándose en tablas. Apareció de nuevo Tortuguita componiendo su figura, engallándose y pretendiendo, ahora con el ganado más en su punto, una pasada más dulce que le permitiera destapar el tarro de las esencias. Desde el burladero no dejaba de animarle: - ¡Hala maestro, dele muleta! Pero el cebú no la tomaba, defendiéndose y gazapeando. El lidiador ordenó: 41

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