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Para casas como la de Plinio se inventó el adjetivo "indescriptible". No es colona, ni indígena y, a la postre, pudiera decirse en verdad que no es vivienda. En todo caso, tiene unas agrietadas paredes de pambil para jue– go de la brisa, del agua, de los moscos; luce negro, podrido, el tumbado de paja sobre un interior donde toda miseria y suciedad hacen posada. - ¡Qué gusto de verle, padrecito! - Plinio, ¿cómo pasó? No sabía que usted fuera curandero. -Yo les compongo, padre. Ahorita tengo al primo que se le vino encima un palo grande cuando le andaba tumbando. Le quebró la pierna. Sobre unos sacos que cubren el santo suelo gime el desventurado; en su cabecera hacen nido dos cluecas empollando sus puestitas y regados alrededor pueden verse verdes y oritos, mazorcas de maíz y yuca. Plinio se pone a la tarea masajeando una pierna monstruosamente hinchada, donde el hueso roto puja por rasgar la piel... - ¿No sería mejor trasladarlo al poblado? - No lo necesita, padrecito, a éste lo curo. DicePlinio yaplica elmentol chino, ata la pierna conpalitos ybejucos, venda con un trapo, mugriento sobre toda consideración. - Ya rematé. Nos vamos, padre. Ahorita es él quien se cura. Alucinado en semejanteuniverso, observo los 12nifios que sepersiguen entre gallinas y chanchos por la casa. El mayor no ha de tener 1Oafios. Cuando me estoy abandonando a una resignada confusión ante tan profusa camada, com– pruebo que el curandero tiene dos mujeres. En efecto, por detrás de una especie de reservado, hecho con sacos de yute colgados del techo, -debe tratarse de la cámara nupcial-, aparece una segunda sefiora. - ¡Nos fuimos, padrecito! Plinio nos apura desde la canoa, pues además de asistir devotamente a la misa, le gusta jugar un cuadro (fútbol); se convierte entonces en un extremo de impredecibles arrancadas. Sin embargo, hoy está algo in– quieto por el herido y deja el envite a la mitad para ir a cuidarlo. El negro Gallegos me dice: 34
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