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- Puedo llevar a los más malitos al doctor -les digo. Es acá mismo, vamos no más. Pero, a pesar de sus lastimeras quejas y de las heridas sangrantes, casi todos quedan acorralando al chófer con sus pretensiones. Sube conmigo un muchacho con un hondo tajo en el talón y lleva, además, una mano colgando en un extrafio ángulo: Isafas Veloz, de Quevedo. - ¿Qué le pasó a vos, Isaías? - No sé qué ha de ser, padrecito. La muñ.eca me se quedó quebrada o zafada. Llegando al subcentro de salud, nos recibe la negra Crocita con la eterna canción: - Vean, qué pesar. No hay doctores ahorita mismo. Uno está de vacaciones y el otro fue yendo a Lago Agrio. Quién sabe de su vuelta. - Qué le haremos con los heridos, Crocita. Le van a llegarmás todavía. - El taloncito yo se lo compongo, cosiendo. Pero no sea malito, padre, y déme llevando al señ.or de la mano zafada al sobador de Conambo allí será bien atendido. De regreso, en el lugar del vuelco, todavía quedan algunos recogiendo pescados y discutiendo. Isaías trata de encontrar el reloj que se le perdió con el golpe; nada, alguno lo vio antes. - ¡ Cómo de liso será-gruñ.e Isaías yva con sumano de guifíol a reclamar al chofer. Vea sefíor, vaya dándome algo por esta mano, que la llevo quebrada. - Fue accidente, se me enduraron los frenos. - No, usted es loco para correr. Todito el rato venía la camioneta peloteando, en de antes pudimos dar el volquete. Discuten. Sé que debo esperar sin prisas pues el regateo es un arte nacional en el que no tienen rival, derrochan tiempo y fantasía. Al fin, el chofer le da 500 sucres; los acepta y nos vamos. 31

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