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CURANDEROS BLANCOS D. Virgilio Eraso, de profesión sobador Hoy es uno de esos días en que el carretero se puso traidor, me digo. Reventado por el sol, supura ese jabonoso crudo de la superficie que hace patines de las ruedas del carro... No me soiprende, pues, la chillería que escucho tras la primera curva. - ¡Ay, diosito, mi mano! - Mi pie, ay mi pieee... - Qué tal dolor, ¡se me zafa la cabeza! Ahí está la camioneta ("Mi Marianita") acostada, con las ruedas girando locamente en el aire. Ha debido ser una violenta trompada, pues regó toda la carga. Hay dos hombres de pie, lívidos, palpándose el cuerpo; cuatro personas más se mueven por el suelo, sucios de crudo entre los pescados caídos; caminan, como sonámbulos tras la volcada, mirándose con estupor las heridas que sangran. Entre las hierbas de la orilla un muchacho, ovillado, sacude levemente la cabeza y gime despertando de una brusca inconsciencia. - ¿ Qué fue?, -le digo al que parece el amo de la Marianita. - Se me enduraron los frenos, padrecito. - No crea -dice una mujer desde el suelo, palpándose el pelo de donde mana sangre por la cara-, resultó siendo un choferbienmaluco, capaz que no tenga ni licencia. Esquivando a la Marianita, atravesada en la carretera, y los heridos, cruzan varios carros sin detenerse. Ante lo cual nadie se altera pues es norma en el Oriente; si cogen a un accidentado, la responsabilidad puede caerle al samaritano. Estemismo chofer se hubiera abierto dejando carga, heridos o difuntos, si la camioneta estuvierapara trotes; pero laMarianita no quedó para carreras y su duefio ahora se enfrenta, sin seguros, - posiblemente sin licencia de manejo- a los reclamos de los heridos. 30

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