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ensefioreándose de todo, comoun aire espeso enlos pulmones, la impronta certísima del dolor, la sangre, la muerte. No pretendemos hacer sociología. Ni análisis históricos de esta devo– ción a las imágenes doloridas. Queremos respetar, como sagrada, la pasión de las vidas de esos campesinos desamparados. Ya hemos dicho que nos abruma la confesión de sus vidas desoladas. Hemos aprendido a no juzgar. Ya está dicho: "el hombre siempre está dispuesto a negar todo aquello que no comprende". VII. Algún día, la solidaridad El Viernes Santo llegó a casa un muchacho con la mirada perdida. A borbotones fue contando cómo había ido a pescar con su papá. Con dinamita y sin suerte. El pescador quedó dudando si la mecha habría prendido hasta que estalló quemándole el rostro y volándole a jirones ambas manos. El hijo lo cargó en el bote y fue, ciegamente remando, entre los alaridos de su papá, hasta un campamento de compafifa petrolera. Allí se negaron a evacuarlo en avioneta. Con todo, llegó, inconsciente pero vivo, al pueblo y parece que se salvará. Piden una ayudita de los fieles. Este fue uno, entre otros casos trágicos, donde queda escenificada la ambiguapasión humana. Siempremucho más turbia que ladeJesús; pero pasión y muerte al fin. Sin embargo, las gentes no creen en ella. Toda la plata recogida durante la semana en Shushufindi y 10 cooperativas no alcanzó alos 12.000 sucres. Escasamente superior a lo que pagan poruna horrorosa imagen con la que les timan los vivos. Ybastante menos que lo que gastarían en la primera hora de apertura del chongo en el Sábado Pascual. En cualquier caso, diremos como Espriú: "De lamás clara palabra, la esperanza, es necesario hacer vida". 29

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