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las altas bombillas del techo de cinc bulle un humo negro de moscos. - Gabriel, ¿qué será aquella mancha oscura en la tela de la pantalla? ¿Una quemadura? - No, cucaracha voladora ha de ser. - ¿Es posible? ¡Será enorme! - Bastante. Pedro José, que gusta de vez en cuando de estos espectáculos, se ríe de mi estupor: - Este cine es una joya, debieras ver el de Almeida. Además tenemos todo a favor para una buena sesión: no llueve y podrá oírse, como es de noche, no nos reventará la luz. Cuando Tandazo terminó con los boletos, y quizá hirvió ya las papas, se encarama a su cabina de proyectista, prende la máquina y apaga las luces. De inmediato se oye un sostenido griterío pues la cinta se atora desde el comienzo y sólo alcanzamos a ver una desbaratada huída de imágenes. La parroquia no tiene en cuenta que el mestizo ha de atender muchos frentes y siempre puede torcerse algún detalle, pero empefio y destreza no le faltan. ...La cinta ahora parece recobrar por momentos su ritmo habitual, puede ofrse el inglés de sus protagonistas e incluso se ven, a los tiempos, los títulos castellanos. Cuando la acción desmaya o desaparece, arrecia la actividad directa de la sala, se prenden cigarros o se oyen satisfechos eructos después de la cerveza, los nifios se persiguen, suben al escenario, saltan, lanzan petardos; del rezagado gallinero nos llega un sonoro vendaval de denuestos y los clientes siguen entrando y localizan a bravos gritos a sus camaradas en la penumbra... - Distinguido público, no boten petardos encendidos... sean gente civilizada. Tandazo derrama una voz conminatoria desde la cabina y prende los altos ventiladores para despejar el espeso tufo del local. Me pregunto qué influjo puede tener una película violenta, artificiosa y exótica como ésta 21

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