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- Ya mismito llegamos, sobre el cerrito está la casa. Por la última quebrada anda un catio de agua emponzoñada, bullente de mosquitos, donde Manuel Cobo chapotea, metido hasta las corvas, lavando desmatiadamente las ropas de la esposa. - Qué gusto, padrecito, madrecita, qué bueno que vinieron. Lolita mucho se va a contentar. Y es ahora, al trepar la espalda curva del cerro, con la mísera casa de pambil a 50 metros, cuando el aire nos trae los gritos agudísimos, la desesperada amargura de los gemidos... Se avivan los pies de Manuel hacia el dolor y las quejas, mientras le sigo estremecido. Hay un palo grueso con hondas muescas que hacen de escalera hasta el suelo ondu– lante de catia. - Adéntrese, padrecito, ya la lavé para que la viera. Por la piel, por el aire, por los ojos, me posee una vívida sensación de miseria y podredumbre ante este cuerpo convulsionado, cubriéndose con la cobija como un ilusorio escondite frente a la amarga muerte. - Lolita, vea, que vino el padrecito. Y esa cara, espantosamente blanca, es joven, aunque hinchada y deforme; esos ojos han perdido todo sabor humano que no· sea el de un indescriptible pánico... - ¡Ay diosito, cuáles serán mis pecados para este mal! Alma le descubre las piernas poseídas por la enfermedad mientras la malita se ovilla aún más estremeciéndose, me dice la enfermera: - El cáncer se extendió por todo yhuelemuy feo. Vea si quiere confesar porque no ha de durar muchos días. · Todas las palabras ¡tan fáciles! se me hacen burla ante esta mano que me aferra convulsa y esos ojos obsesivos. - Le di la platita al padrecito Antonio para una misa, pero diosito no me escuchó. ¿Qué he de hacerle padrecito?, ¿será esto un castigo pormis maldades, qué tal será? 14

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