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para un "estado de excepción" para la ciudad; de ahí pasó a otro de "vigilancia". Se retiraron los boinas rojas, se fueron abriendo las carrete– ras, los soldaditos se mantenían en las calles pero ahora vacilando con las peladas. En pocas horas hubo grandes cambios: se les olvidó alos jefes su mea culpa por el muerto, no enviaron tampoco la disculpa; elMinistro de Defensa habló a la prensa de la reacción militar ocurrida sólo después de un salvaje sabotaje en las villas y la agresión personal contra sus indefensos muchachos. (No estará de más recordar aquílo del coronel García, responsable de la acción en Coca; hace muy poco condujo con parecido tino la represión del alboroto de Lago Agrio. También allí hubo pocos muertos; espero que hagan constar eso en su expediente. Se lo merece). En fin, según el Ministro, la gente arrebató los fusiles de sus soldados, mató al ciudadano e inculpó al ejército. Hay que ver cómo es la gente, caramba, se lamentaba en los papeles con justificado asombro mi generalísimo. Atodo esto las fuerzas (más muertas que) vivas estaban por tenninar la redacción del pliego de peticiones en su enésima versión. Después pidieron ayuda alos misioneros para negociarlo en Quito, si bien alahora de la verdad se fueron a la capital sin avisarles. Los petroleros volvieron a ensefiorearse de este reducto de pobreza. Los soldados se retiraron a su posición estratégica y sus jefes desde el casino de su Brigada ven que el mundo está bien hecho. Está con orden, luego es bueno. 137
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