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Estoy en otro ámbito, inadvertidamente rompí las barreras de clase o de sonido; ahora, después del estampido de la sorpresa, vuelo rápido enun viaje alo olvidado. Lo primero que salta ala vista es la artificiosidadjunto a la belleza. Sin duda trataría con gentes así quien tituló uno de sus libros "¡Qué bien huelen las señoras!" Pues éstas no sólo son más altas, lucidas y hennosas, también huelen muy fino. Por supuesto la percepción es en parte falsa, pero buena parte de la cultura no es realismo, sino sofistica– ción. No son esencias humanas lo que está aquí en el ambiente, son vuelos de perfumes huidos de mil frascos; mujeres confragancia de flor, hombres con sabor exótico. O sea, una feria de apariencias, agradable falacia; en fin, tipos con todas las trampas de la cultura. A todo esto la misa ya comenzó. Hoy ponen a nuestra consideración una acción de Jesús algo insólita (Jn 2, 1-1 O). En general el evangelio, pese a ser una noticia alegre, no se excede en ello, o al menos no muestra preferencias por la parte más popular de esas expresiones, las fiestas o juergas propiamente dichas. Esta contribución divina a la persistente borrachera de Caná, es una de las excepciones, aunque tal vez el nazareno hiciera algún otro mérito que no nos han contado para ser tachado en su tiempo de comilón y bebedor. O serían infamias. El predicador jesuita lee con adecuado énfasis un sennón acicalado. Para este rato ya me di cuenta que aquí todo funciona como un reloj, un engranaje suave y preciso. Es otro motivo de asombro, ¡todo funciona! Sobre el escenario intetvienen distintos actores, a lo que parece propor– cionalmente repartidos entre los dos sexos más conocidos, lectores-as, cantores-as, monaguillos-as, actúan con graciosa destreza. Comienza el espectáculo. La iglesia luce repleta, silenciosa casi siempre. ¿No seríauna lástima estropear esa actuaciónmusical tan brillante de losmuchachos/as guitarristas del escenario? Sennón, ceremonia ycantos, todo tiene un tono intimista, individual; pese a la multitud, cada alma pennanece en su almario. Se evidencia uno de los prodigios de esta cultura, las gentes pueden reunirse sin molestar, estar juntas sin tocarse un pelo, respetarse sin saber el nombre del vecino. Total, si esperábamos un predicador que manejase en una mano el evangelio y en la otra el periódico, esto es, la utopía y el realismo aun tiempo, nos topamos aquí, Sancho amigo, con un 130

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