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camino vedado para el pobre. Pero no hay rabia, ni agravio, ni siquiera expresan impotencia los sollozos de los familiares; acaso la oscura fatalidad de los que no se saben libres, cuya vida no tiene otro destino que el cruel azar. En el pasillo del subcentro una indígena espera marcando su huahua y dice a mi paso con resquemor: - Un doctor se desapareció con la fiesta, queda unito y pasó ia noche bien chumado. Todavía duerme. El dormitorio de los doctores es una pieza angosta, con tres camas revueltas que no resplandecen de limpieza. Vestido, con zapatos, ovillado sobre las sábanas, el joven doctor ronca. Estos médicos son forzados aun afio de medicina rural al final de sus estudios. Llegan acá de mala gana, contando las horas para volver donde gente civilizada. Aislados, sin medios, son fácil presa del trago ydel obligado ejercicio de estos machitos orientales, las sefioritas. Al volver junto al cadáver digo a los familiares: - Ahí está el doctor, ¿por qué no le avisaron? - Bien le suplicamos, pero era dormido y no asomó. - Ahora debe firmar la boleta del finado, ¡avísenle no más! Por nuestra parte sólo podemos incomodar al doctor,quedándonos ahí acompafiando a estas gentes violentadas hasta lamuerte. En esemomento se oye la quejade un inadvertido herido oculto bajo una cobija enla tercera cama. - ¿Vos también está macheteado? - Sí -murmuraeste emigrante de Guayas; 25 afios, con tres meses como trabajador eventual de la palma. Nos chumamos en la cantina yme agarró la macheteada en plena cara. Volvió anacereste chico, porque el acero rajó el rostro de boca aoreja; mas todavía vive, además alcanzó a ser curado antes que el médico fuera invitado a trago. Este mismo doctor que aparece en la puerta con pies vacilantes, párpados hinchados y medio rostro amoratado. Entreabre torpemente los ojos,del asesinado y balbucea: 9

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