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1992 ALÍ BABÁ Y LOS CUARENTA PIPONES Lambert, el gringo que ejerció de embajador de USA en este país de Manuelito, se distrajo por unmomento de su condición diplomática, dejó asomar la oreja de la verdad, y se pegó la resbalada. "La inversión extranjera se retrae y no llegarámientras la corrupción sea la regla de oro entre nosotros", dijo después de un almuerzo de trabajo con empresarios nacionales. A pesar de que no hay día en que la prensa olvide detallar denuncias de malversaciones políticas, administrativas o acusaciones personales de venalidad entre la banda de políticos, estas palabras aparecieroncomo noticia en casi todos los diarios. Lo cual es unamuestra añadida de la desbordada imaginación periodística que gastamos. El presidente Borja tocó a rebato la campana de la defensa patriótica; el gringo no debía inmiscuirse en cuestiones internas o sería privado de empleo y sueldo. No hay calumnia que a algunos duela tanto como la verdad; quizá el mandatario olvidó ya que varios de sus ministros fueron interpelados, juzgados, sentenciados, por el Congreso bajo la acusación de lesa malversación. El gringo, si lo miramos bien, es un Bautista clamando en el desierto. Tiene algo de judío y, como al profeta, le gusta la langosta, aunque no tanto lamiel silvestre. Porotro lado, elno es sino elmensajero de sumesías Bush, a quien no le llega a la suela del zapato. De todas formas, antes de que el prócer criollo organizase un sarao al final del cual alguna danzante le pidiera la gracia de su cabeza, Lam.bert se dio el piro, no sin antes comprobar el fracaso de su prédica. En vano esperó a orillas del Jordán el arrepentimiento de los chorizos nacionales; éstos ni siquiera le dedica– ron un adiós, sus negocios les ocupan a tiempo completo. Pormi parte no intentaré describir la trama de la corrupciónque, como tal, se conoce y de continuo se comenta en privado, olvidando, fuera del 98

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