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de esa suerte, dispuestos a recobrar la gloriosa carne de los vivos definitivos. La sepultura no es un encierro eterno, sino la entrada en el útero vivificador de la urna-tierra. Por tanto todos los símbolos utilizados son de vida recreada. La mujer de barro está decorada de colores sagrados (rojo, café, blanco) y reproduce los habituales adornos de las extre– midades. Asimismo están representadas las túnicasde algodón hilado que tanto maravillaron a los primeros conquistadores. "Gastan túnicas deco– radas a pincel con tan vivos colores que espantan". En definitiva se trata del atavío para una fiesta continua, inmarcesible, bienaventurada. Por supuesto terrena, pues ¿cómo podría haber vida sin tenerlos pies sobre el suelo? Será enla tierra de arriba o, mejor, en la tierra sin mal que decían estas gentes, paraíso nada evanescente, al alcance de su imaginación y su voluntad. De modo que toda su existencia fue una búsqueda sostenida hasta el punto de emprender sucesivas migraciones que les llevaron desde el actualRío de laPlata a recorrer todala Amazonia y tocar, en el punto donde escribo, los pies de la cordillera andina. Aves de paso con el reclamo de la tierra sin mal, la definitiva, blancas garzas en busca de aguas incontaminadas y a§tros perdurables. Ypara que esta mujer pudiera seguir su camino, no cesár en su empeñ.o de viaje, una de sus familiares la vistió así, la introdujo en este útero-urna-huevo primigenio y la echó a caminarporelinteriordel cálido vientre de la tierra" 4. "El indio no encanece jamás, sus preocupaciones son tan escasas como sus pensamientos. La impresión del momento es la única ley que les gobierna, la sensación jamás se convierte en idea". Palabras por demás sobradas que fueron escritas por Fran~ois Pierre en 1887; fue éste un misionero tan entregado a la salvación de los indios que, a ratos, no les dejaba vivir. Hay amores que matan. En todo caso, para ese momento nuestra mujer llevaba siglos bajo tierra, incluso todos sus descendientes habían en su mayor parte desapa– recido, o se disolvieron en las sangres de los nuevos pueblos amazónicos que resurgían asimilando restos de antiguas naciones. Quizá si al domi– nico le hubiera sido dado contemplar siquiera este rostro, habría alcanza- 87
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