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ensoñadoras capaces de abrimos los ojos a otra realidad más profunda y entrañable, escondida bajo las opacas apariencias de las cosas. Si en la antigüedad todos eran videntes y profetas, si entonces la sabiduría era evidente para todos y cada quien era políglota, ahora se trata de una fruta costosa de conseguir, de modo que nadie la alcanza sin grandes trabajos, fatigas y constancia. Quedan entre nosotros algunos yachac (sabios), sí, ¿pero acaso son tan poderosos como lo fueron los antiguos? y, sobre todo, ¿se encuentran hoy gentes deseosas de aprender el lenguaje innumerable de la selva? Sin embargo nada más cierto que el peligro que ronda a familia tan dividida, incomunicada y agresiva como la de este mundo, llamado con mucha propiedad, tierra. 3. Sin duda fue una mujer quien moldeó la urna bellísima que en este momento, tras un día de trabajo, recuperó su forma, si no su gracia o aIIllonía, por las ostensibles costuras sufridas. Queriendo restaurar su obra pienso en ella, al tiempo que admiro, no sólo aquella destreza artesana, sino aún más su fe dibujada minuciosamente en el barro amasado. Pan ácimo, ofrenda de suave olor. Para el indio hay algo de ridículo en la imagenhebrea del Dios alfarero, pues no es ésa de ningún modo ocupación para un varón. Engendrar es cosa de ellas, así como amasar la tierra, también hembra y creadora de vida. A imagen de la diosa primordial aquella mujer moldeó en el barro el cuerpo de su difunta, brazos y piernas en alto relieve sobre el cuerpo, manos y pies destacándose fuera de la terracota enmarcando el santuario femenino: vientre-pechos-sexo, la trinidad reproductora. Pues esto que tengo en las manos no es un sarcófago rico en podredum– bre. Lamujer sepultada conoció las d~stintas variantes ceremoniales de la fe mortuoria. Tal vez su cuerpo fue consumido entre llantos, risas y chicha por los familiares más cercanos, queriendo así comulgar con su vida compartida, hacerla carne y hueso de sus propios cuerpos, mantenerla viva. Acaso fuera piadosamente regalado a las hoIIlligas o a los pájaros sepultureros. En cualquier caso los huesos, sede principal del espíritu, serían amorosamente lavados, pintados después con el achiote festivo y, 86

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