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LA ALDEA GALA Las legiones de problemas de la maravillosa civilización romana han conquistado toda la Galia ¿Toda? ¡No!, una aldea resiste el tren victorioso del progreso a base de hacer de su capa un sayo. Su nombre: Pompeya. Observen: los niños están terminando su curso escolar y gastan parecido entusiasmo al del comienzo, son infatigables, ¡les encantan los juegos! En cuanto a sus papás al menos por hoy están también finalizando sus trabajos. - No hagamos hoy lo que puede dejarse para mañana. - Caya puncha tian (mañana también hay día). A media tarde ya es buena hora para hacer un alto y reflexionar sobre las excelentes virtudes de la chicha y el descanso, asignaturas estas en las que van muy adelantados. Los runas jamás descuidan la contemplación, son gente que sabe vivir y defiende su austera felicidad con armas irreductibles. De pronto los ojos se aguzan sobre el Napo, ¡un horizonte de hocicos debatiéndose sobre el agua!, ¡¡¡huanganas!!! Una gran manada de chan– chos salvajes trata de cruzar los 1.400 metros que la separan de nuestra isla, paraíso de palmas de aguajal y lodo fresco. Desde ese momento todos somos Obélix. La armada pompeyana se hace al río en desorden de batalla; hombres. mujeres, ancianos, niños, reman, golpean y hasta quieren caminar sobre las aguas. He ahí otro milagro evangélico, la comida alcanzará a todos y sobrarán doce canastos para los familiares ausentes. ¿Se trata además de un desastre ecológico como pretenden los civili– zados? Tal vez. ¿Habrá que demostrar nuestra repulsa negándonos a probar ese sabrosísimo ahumado al igual que los turistas rehúsan comprar artesanías indias confeccionadas con plumas de pájaros selváticos? Quizá. No hay cosa más contagiosa que la estupidez. Entretanto los runas a salvo de semejantes bizantinismos de chicha y nabo, ya levantan sus fogones en la ribera donde los jabalíes regalan tan 77

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