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LA PIPA DE LA PAZ - Hombre blanco tener lengua de serpiente, hablar palabra doble. El no decir verdad. Así hablaron los indios en las películas del oeste norteamericano. Del idioma extranjero parecían conocer sólo los infinitivos, en cambio sabían todo lo necesario sobre los intrusos blancos. La experiencia ensefia mucho. No en vano desfilaban desde hacía aflos por el seguro camino del exterminio; se iban los búfalos de las praderas y desaparecían los indios con ellos. Tenían la pipade la paz más chupada que ui1 hueso de los últimos bisontes. ¿Sirvieron para algo tantas chupadas? Sefiales de humo, nada. Ahora sabían que los tratados con los 'guerreras azules', llamados Acuerdos de Paz, eran en realidad de rendición incondicional. Nunca habían conocido una amistad tan ávida y letal como la de los 'caras pálidas'. Toro Encuclillas no sabía en ese rato a qué atenerse. Su hechicero había recogido el tabaco a la hora de los espíritus propicios, lo mezcló con otras hierbas sagradas y después del baile ritual tendió la pipa a los extraflos. Era un espacio santo, la palabra pronunciada en esas condicio– nes era divina, el mismo Manitú se encargaría de fulminar a los perjuros. Pese a ellos los 'rostros pálidos' eran unos desvergonzados increyentes y se pasaban a sus dioses por el forro de sus mocasines. Encima no les ocurría desgracia alguna. - ¡Gran espíritu abandonar cheyenes! -sentenciaba sentándose Toro Encuclillas. Por desgracia los invasores, aparte de mentirosos, eran abundantes como grillos; frente a ellos sus guerreros indios hacían primero el ídem y después el muerto ante los 'palos que tronaban escupiendo fuego' ... ...Algún tiempo después, en la remota fecha del 20/3/1989, una Comisión Interministerial viajó a las praderas del Tigüino para fumarse una pipa con el jefe huao. El indio pudo ver a sus viejos y más peligrosos amigos entre los visitantes: casacas azules del ejército, políticos gobier- 73
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