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- Magnífico seft.or Temfstocles, le felicito sinceramente. - Gracias. Por eso insisto en que me lleve ala Tenencia. El viaje desde Tena fue pesado, no conozcoestatierra: quiero descansar yhacenne cargo de mis obligaciones. ¿Esas casitas de ahf adelante serán la oficina? - Son las escuelas. - Entonces, aquel otro edificio ha de ser. - Ese es el hospital y casa de las religiosas. - Pero fuera de esos yo no he visto sino chozas, ¿dónde pusieron la Tenencia? - No hay, seft.or , eso quería decirle. - ¿Cómo, no es esto Pompeya? - La isla de Pompeya, sf seft.or. - ¿Ha sido isla? -quedaen suspensomirando alrededor, desconcertado, como si su nuevo reino pudiera hundirse en un momento. Eso no me dijeron. Pero, ¿dónde está al menos el poblado? - La comuna tiene su centro al otro lado del rfo. - Ah, bueno. Y, ¿cuántas familias viven en él? -Ninguna. -Hable serio, padre. Me dijo el Sr. gobernadorque eraun lugargrande. - No le mintió. La comuna tiene bastante tierra pero cada cual vive en su casa, alejados unos de otros. Mire, ¿porqué no pregunta aese seft.orque está junto al rfo? Es Daniel Rodas, el secretario de la comunidad. Se alejó meneando la cabeza y como echando de ver que los oficios y grandes cargosno sonotracosa sinoungolfoprofundo de confusiones. Yo le miraba bracear dando voces autoritarias, pero había topado con un Daniel algo curado ycomo el trago demasiadono guarda secretoni respeta dignidades, alcancé a ofr la sentencia última del secretario: - ... y váyase por donde vino que poco necesitamos acá tenientes ni doctorcillos y hasta hoy pasamos sin ellos tan guapamente. 66
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