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RANDY Esta es la historia de un naúfrago. Erase una vez un robinson llamado Randy. Sus papás habían sido investigadores lingüistas del ILV durante cuatro lustros entre los cofanes aunque, si hemos de decirlo casi todo, habían estado algo más preocupa– dos por salvar las almas de los indios que su cultura, es decir su vida. El matrimonio misionero Borman -de ellos se trata- hizo convivir a sus hijos con los nifíos cofanes, mas les aseguró los estudios en un destacado colegio quitefío, después realizarían la especialidad correspondiente en EEUU, donde los abuelos. Todo parecía ir bien y los vástagos se arrimaban al árbol yanqui, siempre de buena sombra. Pero ahí fue cuando la brújula de Randy dio muestras de estar imantada; cada vacación marcaba indefectiblemente el rumbo de los cofanes. Aún se esforzó el muchacho por regresar a las rutas seguras y atendió los buenos consejos de toda su familia terminando sus estudios. Hasta que un día, después de su enésimo desembarco en Dureno, hizo lo de Cortés: quemó su nave. He aquí, pues, un nuevo naúfrago del cristianismo y de la civilización occidental. Entre todas las opciones posibles él escogió la del buen salvaje. Sus pies no soportan los zapatos, ni su espíritu la salvación blanca. En cierta ocasión este solitario vio llegar a su isla un mensaje o barco o mujer. Dicen que le invitó a vivir con él pero aquella gringa no aguantó. Desde entonces Randy no ha vuelto a mirar el horizonte porque todo el mundo que le basta está a su alcance. Desposó una joven cofán y, hastiado del progresivo cerco colonizador a la aldea de Dureno, se echó a la deriva, Aguarico abajo, con una docena de familias hasta dar con esta isla junto al remolino de Sábalo. He de advertir que apenas he tenido la oportunidad de conversar dos veces con él y puede que este precipitado retrato sea ficticio. En todo caso quiere ser un homenaje. 59

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