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yajé. El hechicero miraba en aquel tiempo las cosas por dentro, conocía la verdad; todos caminábamos por senda segura. Después los blancos se nos vinieron encima como la arriera al limón y un día tenninarán con toda la selva. Así me parece. Ahora, ellos nos dicen que linderemos nuestra tierra, yo digo ¿para qué?; aquí vivimos siempre, nuestros padres y abuelos nacieron en este territorio, surcábamos los ríos en paz, cazábamos sin temor... Pero eso no debe significar nada para ellos. Dicen: "Lo ordena el Gobierno, es Ley", pero yo no entiendo; ¿de qué Gobierno me hablas? -digo-, ¿qué sabe él de nosotros? Ese Gobierno no sabe cómo me llamo, ni nos preguntó qué necesitábamos. ¿Dónde hay, pues, Gobierno?, los cofanes no lo conoce– mos. Quieren que cultivemos la tierra sin tenerle piedad, que trabajemos sin ningúnmotivo de sol asol ¿No semolestaríanellos si les hiciésemos vivir como nosotros? Parece que no quieren comprender lo más sencillo. Yo he amado esta tierra y no puedo ir a otra, no poseo dos corazones. Yo digo, ustedes y nosotros somos las mismas personas; pero ellos nos fotografían, nos miran las manos y los pies como si no fuéramos seres humanos. LA CONQUISTA DE ALMAS l. No era fácil ir al cielo Estos secoyas que ahora viven en S. Pablo de Cantesiayá se confiesan cristianos. Su fe y ritos se adscriben a las diferentes modalidades del evangelismo, sin parar mientes en esta o aquella iglesia. Con una cierta licencia de lenguage podría decirse que son ecuménicos y, si los apóstoles de las diferentes denominaciones no son agresivos o excluyentes, todos ellos son recibidos con hospitalidad. Las diferencias teológicas no les dan ni frío ni calor; los secoyas no comieron todvía la fruta del fanatismo. Hacia el afio 1960, cuando vivían por las lagunas del Cuyabeno, sus 44

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