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Parece que la llamada civilización superior se construye siempre, previa destrucción, sobre las ruinas de las anteriores. En la selva, como en cada cultura, no se abren carreteras sin profanar un suelo sagrado de antiguo. Entre la tierra removida surgen los humildes despojos de una sabiduría que debiera haber sido la piedra angular para el nuevo edificio. Pero el progreso no avanza sin destrozos. Por tanto, nos parecemos demasiado a los ladrones de tumbas. Si no somos capaces de creer cuanto ellos vivían, ni tampoco aprender lo que ellos atesoraron. ¿para qué los museos? Los turistas ¿no apartarán desden.osos las miradas ante la cercanía casi obscena de la muerte?; ¿y los runas?, estas cenizas no son pasado para ellos si no están narradas en las noches de sus tradiciones. Devolvamos entonces los restos al piadoso suelo. Ya que no la credibilidad, concedámosle siquiera la paz y el crédito suficiente a su fe que esperaba resucitar. 11. Quienes sembraron estos huesos hace 600 o 900 años no los arrojaban a la nada. Sobre el fondo blanco de las vasijas los omaguas escribieron en marrón-negro o rojo el abecedario de su existencia, los símbolos sagrados. Las urnas son arcilla y agua, vida en suma; útero materno, cuenco de manos con las Hneas futuras del sobrevivir en sus palmas. Ellos no penaban como nosotros ("Ya no es ayer; mañana no ha llegado/ hoy pasa, y es, y fue...") por el tiempo. Semejante a la animal, su vida era un presente sucesivo y sin zozobra pues, en su creencia, toda persona lleva consigo la eternidad. Las cerámicas muestran fetos dibuja– dos de boas o caimanes. Son tierra esas vasijas, es decir, son femeninas, madres; los signos animales están tomados del reino de las aguas, poder masculino, semen, sangre. Por tanto, nada más equivocado que llamar ceniza a estos huesos pues fueron puestos ahí como semillas. Más tarde serían entregados ala paciencia de la greda, las lluvias darán sobre ellas coletazos de lagarto y los fetos de las boas se desperezarán, como el difunto, para estrenar la vida. 38