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entre quienes se contaba. El misionero meditaba en su casa de chonta y shapaja acompañado por la luz amistosa del chimbuzo. Los años estaban descoloriendo su barba que era larga como muchas soledades. No encontraba las palabras adecuadas para describir su vida. Sin embargo él era un escultor de lenguajes. Durante años había perseguido en relatos orales de guajiros y naporunas la geometría de su escritura hasta dar con ella. Ahora parecía desconocer el lenguaje de su propia vida. EnPañacochale acompafíabanalgunos indígenas destetados recién de la maternal esclavitud de las haciendas. Dormían junto a él, entregados a los suefíos que son la voz de sus múltiples y antiguas almas. El fraile amaba a estos indios pero, así y todo, no eran suficiente compañía. En eso no había engafío, como muy claro lo decía la boina vasca coronando su irreductible procedencia. En ese momento se siente extraño a ellos y sabe petfectamente lo qué arriesga. ¿Acaso su pasión por aquellas gentes terminaría quemándole los días como los insectos se rinden al imán homicida de esta llama? El misionero aspira el suave enigma de melancolía que la luna esparce sobre la selva y en el viejo murmullo del río. Después escribe: "Creo que la principal actividad ha sido sacralizar una estructura que todavía no ha sido definida en ningún tratado de espiritualidad postconciliar: la estruc– tura de la soledad". Parece sonreír, y firma: fr. Camilo Múgica. SELECCIONANDO RESTOS OMAGUAS l. Esta mañana estuvimos seleccionando urnas funerarias para el Museo Cicame. Algunas intactas, a pesar de su fragilidad tan antigua; de otras sólo quedan trocitos con los que queremos reconstruirun pasado casi sin noticias. Tienen estas vasijas aires de relicario y me inquieto al pensar si nuestro trabajo no será una actualizada profanación. 37
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