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A VECES CAMINAMOS CON LUZ - Chao, Aurelio, nos vemos de aquí a tres meses. - Bueno, puede ser; yo estoy viejo. - Pero es fuerte. Usted vivirá mucho todavía. - No sé. Algún día me iré. Aurelio es uno de los últimos tejedores secoyas del río Aguarico. Tiene el pelo largo; más que ceniciento, blanco. Está acuclillado e inmóvil en la ribera, los ojos entrecerrados. La piel reseca parece vibrar silenciosa bajo los dedos duros del sol. He estado escuchándole -a veces le entiendo, otras no- largo rato. Y ahora, al despedirme, le pregunté si tiene miedo a la muerte. Aspira los aromas del río y deja que le hablen. - No tengo miedo; espero. Pienso así. Esa hoja que flota en el agua brillaba ayer en su guarumo, ahora camina con el río sin saber a dónde. Muchos dicen: ya murió. A mí no me parece así. Yo digo, ahora conocerá mundos que nunca había imaginado. Porque las hojas no sueñan. Vivía como presa en el árbol, ahora le toca conocerlo extensa que es la vida. Más tarde algún remolino la comerá como una corvina a los tábanos. Desapa– recerá otra vez. Entonces de nuevo comenzará a vivir de otra manera. No sabemos cuántos mundos habrá. Las gentes caminamos a veces con luz, otras entramos en un bosque sin sol, ni luna. Pero por eso la vida no termina. INFORME DE UNA VIDA La noche del 5 de febrero de 1967 un misionero, solitario desde hacía meses en el lugar llamado Pañ.acocha (laguna de pirañ.as ), a orillas del Napo, se disponía a escribir a su Superior. Éste le había exigido dar cuenta de su actividad espiritual de acuerdo a las normas de los frailes capuchinos 36

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