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al traslado alegando que, tal como se veía de hinchado y negreando el brazo, en la capital habrían de mochado de seguro y, para eso, preferían ellos intentar la curación por sus propios medios. - Está bueno, en todo caso sáquenlo de aquí -dijo el doctor ya aburrido del caso. Pese a mis dudas me pareció prudente insistir en el traslado asegurán– doles que no permitiríaunaamputaciónsin su consentimiento. Accedieron sin abandonar su recelo pues no en vano está alimentado con profusión de experiencias dolorosas. (En un paréntesis contaré el segundo obstáculo: no era otro que la ambulancia. El hospital de Lago tiene, cómo no, ambulancia pero no suele disponer de chofer. De hecho yo mismo la conduje hasta la pista del aeropuerto yla dejé allí abandonada a su suerte). Pero no adelantemos acontecimientos. Quería justificar la sospecha indígena con la advertencia cortés del doctor de Texaco que examinó al muchacho antes de embarcar. - Si usted lo lleva a un hospital público de Quito puede caer en manos de un doctor en prácticas y en ese caso cortará por lo sano. El brazo tiene muymal aspecto porque enLago Agrio no le han ayudado nada y en Quito no saben qué hacer con estos casos. Cosa que así mismo pude conocer de cerca, pues, horas depués, en la sala de Emergencias del quitefio Hospital Vozandes una doctora interro– gaba muy profesionalmente a su superior: - ¿ Cómo le ponemos en la ficha: picadura de culebra, de víbora o de serpiente? - Ponga de víbora que es más venenosa. Humbero Piaguaje, pese a la ciencia, se ha recuperado y podrá ser un profesor secoya ambidiestro. Pero ha conocido de cerca la práctica de la tan careada "integración indígena en el desarrollo nacional". Una expe– riencia demasiado peligrosa para los indios. Y, claro está, absolutamente ruinosa. 30
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