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indígenas ante una catástrofe semejante, frente a la cual sus recientes pinitos de aprendizaje técnico y racionalista hacían agua, recurrieron a los brujos. La consulta se hizo en secreto, corno debe ser. El misionero sólo pudo conocer la acción cuando ya finalizaba. Se buscaba a los brujos más poderosos, los que viven solitarios en alguna quebrada corno pumas al acecho de su caza de espíritus. Equipados con una escopeta y acaso con una fundita de sal, estos eremitas selváticos afilan las percepciones de sus mentes con el ayuno y la meditación. Rastrean las plantas medicinales, se enfrentan -como Jacob- con los diablos y espíritus de la montaña, sorprendenlas trampas del rayo o de la anaconda. Beben y vomitan el agua amarga de la ayahuasca para descubrir en el corazón de todas las cosas el terrible secreto de su oculta verdad. Cuando regresan al mundo de los vivos la piel se descuelga casi de su esqueleto pero una nueva luz destella en sus ojos. Ellos ven, saben. A pesar de que cada uno guarda celosamente su cazadero, aceptaron por la gravedad de la situación general de los runas reunirse en corpora– ción. Y su primera medida fue perderse de nuevo en el bosque para el combate, mano a mano, con Dios. Nadie supo dónde vivieron durante un mes los cuatro brujos. Pero cuando llegaron a la Federación, todos escuchaban con respeto sus decisiones porque aún relucía en sus rostros desencajados el espanto de quienes se han perdido en el aire enrarecido de los muertos. -No ha de valerla chontapalaporque esa espina no atraviesa el corazón del hombre blanco -dijo un brujo. - ¡Sólo si le enviarnos con hueso de gallina puede matarle! - ¡Pero si ese hombre es tan poderoso ni con eso bastará! - ¡Enviérnosle el rayo, lo acabará de una sola! - Ahí sí vale. Ahora pues debernos conocer esa persona y pasar unos días junto a su casa esperando la tormenta. Los dirigentes aceptaron el plan y buscaron en Quito una pensión cercana al palacio desde donde fuera posible ver en alguna ocasión al 20
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