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ID. Los espíritus se desvanecen Con él tenninan los testamentos antiguos y una vida secoya, comienza ahora la sobrevivencia. Los nietos no creen ya sus palabras pero evitarán pasar sobre su tumba y darán un rodeo en el lugar cuando vuelvan a casa en las noches de luna. Ha desaparecido el último secoya capaz de recordar las historias sagradas de su pueblo, las cualidades del paraíso primitivo o la fe en ocotupe (el árbol de los peces, origen de los ríos y la riqueza amazónica); el patriarca tranquilo que era memoria y futuro de su gente. Le tocó paladear la aridez de los últimos tiempos, la conquista espiritual de una religión demoledora que lo convirtió de visionario en hereje, lo hizo embaucador siendo médico, tachó de veneno a la bebida de sus mejores sueños. Así no ha tenido discípulos, como un profeta que predicó en el desierto, y echó semillas de sabiduría en la tierra maleada de su gente, campos llenos de otras propuestas (de predicadores, turistas o antropólogos) que las ahogaban. Ha tenido a su alrededor curiosos, turistas de foto y prisa, estudiosos, mas no creyentes. La ciencia secoya puede servaliosa para unmuseo ouna tesis doctoral, se pueden diseccionar sus conocimientos con el escalpelo de lo que llamarnos ciencia occidental, guardamos sus palabras como las plumas brillantes de una corona, pero los espíritus se desvanecen. Y ellos eran los huesos y el tuétano de su creencia. Muchos lo han dicho y otros repetirán que todo ello no son otra cosa que supercherías. Es natural, la historia no cesa de repetirse y la ciencia confirma cada día como hallazgos las más antiguas supersticiones. Femando podía ser visto en el mejor de los casos como un hombre arcaico y por ello simpático; si se quiere el 'buen salvaje'. Lo cual, como es obvio, resulta una fonna de no apreciarlo. Es una falacia hablar de intercambio entre nuestra y su cultura. Como decía Chesterton, cuando los esquimales hayan aprendido a votar para un Ayuntamiento ¿querremos nosotros adiestramos en lancear una morsa? Lo que dice interesa como curiosidad o pintorequismo, acaso como emoción pasajera, de parecida manera a como nos acercaríamos a una momia que, de pronto, se pusiera a conversar; no tendría tanto valor lo que dijera cuanto el raro hecho de hacerlo. 155

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