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l. El arte de morir no existe Algunos misioneros, o estudiosos, o lo que viene a ser semejante, turistas apresurados, hemos dicho a veces qu~ el talante con el cual se acoge la muerte sefiala una diferencia esencial de una cultura como la secoyapara conlanuestra occidental. Enefecto, entre ladesesperación del civilizado y la serenidad indígena ante el último trance hay un trecho muy largo y tan notable que se ha querido explicar de maneras muy encontra– das. Desde quienes tachan de estólidos a los indios incluso para sus últimas bocanadas hasta aquéllos que alaban su equilibrio ante la muerte como el estoicismo más depurado. En fin, lo que resulta evidente es que estos nativos suelen traspasar el umbral, al que solemos calificar como definitivo, conuna tranquilidad inexplicable paraquienes aprecian la vida como único botín, la muerte como ladrona definitiva. Sin embargo es probable que el secreto ho deba buscarse en el penúltimo momento, ni siquiera en una forma determinada de vida como preparación para la muerte. Intentémoslo contar co~ una historia. Femando llegó a edadmuy avanzada; si hacemos caso a sus congéne– res, que gastan para los números la exactitud de los antiguos patriarcas, sus afios son incontables (por ejemplo novecientos) y sus descendientes tantos como arenilla en tiempo de verano. Pues se trató de un hombre que probó el amargo néctar de la sabiduría, bebedor capaz de dominar los espíritus del bien y del mal, ningún enemigo pudo atentar contra su vida. Al finalizar su andadura tenía todos los rastros de la bienaventuranza: el cabello blanco de los afios, la solicitud respetuosa de sus biznietos, el recuerdo de sus gestas legendarias. Era poderoso, que no otra es la cara menos reconocida del saber. No sólo tenía la fuerza del consejo, la visión, la curación o la sapiencia de las historias del pasado; en sus manos descansaba el poder de intimidación, la posibilidad de repartir vida o muerte entre sus semejantes. Ducho en tejer los hilos que forman los secretos del vivir, amigo de espíritus y confidente cercano a la divinidad secoya, no cayó en ninguna de las trampas que afligen el sendero de los mortales. Su vida transcurrió en tierras altas, a salvo de las inundaciones periódicas que corrompen la 151
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