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15. Omatuki en casa No me canso de advertir que las narraciones huaorani a veces son, a nuestro entender, verdaderas y en no pocas otras meros ejercicios de distracción. No es fácil distinguir entre unas y otros. La que ahora presento está hecha sobre todo a partir de dos cuentistas, Olga y Taremo, hijo de Babe. Fueron interrogados por separado y con siete días de diferencia, las divergencias en su relato no eran muchas. Veamos. "Bajamos con Omatuki el día 21, los ríos estaban muy secos, fueron tres días de bajada por el Tigüino y dos surcando el Mencaro, hasta el 25 no llegamos cerca de su casa. Dormimos allí. El domingo 26 caminamos desde la mañana por su camino, no había lanzas ni ninguna otra señaL Carlos abría la marcha, tras él su mujer, también las de Ike y la mía, mi cuñada y Omatuki, después Yeti, Ike, Domingo, Homero y yo. Las mujeres cargaban cuatro niños de pecho y otro de ocho años caminaba entre ellas. Los hombres llevábamos pantalonetas, las mujeres vestidos, incluida Omatuki. A las diez de la mañana llegamos a la casa. Al acercarse Omatuki gritaba, ¡vengo trayendo un poco ropa!, pero decía también palabras indescifrables. Le contestaron distintas voces que no entendíamos, enseguida oímos carreras en el monte, antes de llegar nosotros corrieron todos los de la casa. Pudimos verunos viejos que huían con lanzas, algunos jóvenes que botaron otras por el suelo, bastantes mujeres. Omatuki corrió al oír los gritos que salían de varios lados del bosque, sin embargo no escapó, sino que entró con nosotros en la casa. No había nadie, pero estaba llena de cosas; contaron diez monos, unos ya cortados como para cocinar, otros sin tocar, alguno hirviendo en la olla de aluminio. Toda la gente entrevista estaba desnuda, varios con las orejas hue– queadas, todos con el pelo largo; les extrañó lo blanco de su piel parecida a la palidez de Omatuki y, sobre todo, la singularidad de sus palabras. Muchas de estas no las entendían. Permanecieron tres horas con la muchacha en la casa, llamando a los de afuera, pero sólo contestaron voces de mujeres. Por un instante asomaron tres muchachas -señoritas jóvenes, precisa Olga, tenían los senos todavía pequeñitos- en el lindero 139

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