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ajena y salí con viento fresco. Sin embargo, aunque sin pruebas contun– dentes, creí entonces en la verosimilitud de los rumores; un trabajador huaorani de la compafiía me dijo, "los gringos nos pagaron para que no contáramos eso a nadie, como eran tagairi no nos importó". Esta era una observaciónajena al pensamientohuao, no podíahaber sido inventadapor ellos; por tanto ofrecía muchas probabilidades de ser cierta. Pero no pudimos confirmarla yotros compañeros no eranpartidarios de airear esa amenaza sin más seguridades. Quizá ahora podamos atar algunos cabos. Cesar Ahua, por ese tiempo trabajador de la empresa, me cuenta de unmoreno esmeraldeño empleado allí como vigilante del campamento en cuestión; cuando el negrito dejó el trabajo le contó que habían disparado a unos indios como él que corrían por el monte, a su parecer alguno habría muerto. Omatuki es más contundente y precisa. Como es obvio su relato está por precisar, no obstante doy por seguro que de este hilo saldrá el ovillo. En general a los trabajadores petroleros inmersos en la selva les pasa como al Adán del bosque paradisíaco, encuentran muchos animales a su disposición, mas poco dispuestos a dar conversación. Se aburren y, como generosidad no les falta, están siempre dispuestos a dar su costilla por encontraruna alma gemela. Los vigilantes morenos del campamento en el Hueiro trajeron a varias Evas a su particular edén; como no les dejaron ponerlas dentro, arreglaron para ellas una casita a su vera. Entretanto los tagairi solían rondar el recinto buscando oportunidades de hacerse con algunas herramientas y, si se pintaba, ayudar al control demográfico cohuori. Tuvieron la oportunidad en la casita de citas; un atardecer sorprendieron con sus lanzas auna pareja yla dejaron cosida en el acto. Sin embargo, los negritos pusieron el grito en el cielo antes de entregarla, con lo cual dieron tiempo-a sus hermanos vigilantes a enfilar la fusilería contra los tagairi que huían presurosos. Hubo varios heridos. Ene, una de sus mujeres, no corrió mucho antes de caer muerta en el bosque; Nancamo, más resistente, aguantó hasta la casa a pesar de tener unhueco de bala atravesándole la cintura. En todo caso resistió pocos días más y acabaron enterrándole en la misma choza. 132
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