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hijos de Babe y otros jóvenes vinieron a Coca para advertimos sobre la llegada de esta extrafia e invitamos para conversar con ella y tomarle fotos; ante nuestra incredulidad queríanmostrar el logro de su hazafia. Sin embargo, ahora en el poblado del Tigüino no hemos podido apreciar el color de su voz. No abrió la boca si no fue para sonreír con el espectáculo del (mono) maquisapa cabalgando un perro. Tampoco pretendíamos recoger sus impresiones, nos bastaba atender la catarata de información que suministraban, todos a una, los integrantes de la familia donde llevaba alojada cuatro días. Sobre todo Olga, su confidente más cercana, tenía noticias para dar y regalar. "Llegó con mucho miedo, creía que íbamos amatarla, pero ahora ya se tranquilizó. Cuando está con poca gente, o mejor a solas conmigo, habla mucho, de cualquier cosa. Se sorprende de cómo pelo la yuca, ellos sólo le raspan un poquito la corteza exterior. No le gusta nada el azúcar, en cambio se está ensefiando a comer con sal. Babe dice que estará otra semana antes de llevarla a su casa, después piensa conseguir otra muchacha o pedirle que envíe a su hermana para que conozca esto y se civilice. Al final podrán salir todos". Omatuki tiene un cuerpomuy robusto, incluso demasiado grueso; echo de menos la elasticidad tan propia de su raza, acaso se deba a la parálisis del terror. Olga, sin duda para iniciarla en los arcanos de la civilización, le pintó de rojo burdeos las ufias de las manos; comparándolas con sus pies, tan anchos y llenos del barro de la chacra, producen un llamativo contraste. No puedo imaginarme qué pensamientos pueden cruzar como rayos esas pupilas que, no obstante el miedo perceptible, miran de frente. Ha sido raptada, está en este momento entre cohuori de quienes sin duda ha oído desde su infancia las más horrorosas historias. No le han devorado, como sin duda temió en algún momento; puede incluso com– prenderlas palabras de los otros huaorani, pero ¿cómo entender a un viejo como Babe capaz de sacarse los dientes y colocarlos en su lugar en un instante? Ella puede sentir la expectación que su presencia levanta como una polvareda alrededor. "Quiero volver con mi papá", le susurró una noche a Olga; desde luego, ¿quién no lo entendería? 125

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