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En el número 41 del libro de entierros de Coca aparece la esquela firmada por José Martín Irure, (rubrica como cuasipárroco, que en esos tiempos las autoridades hilaban muy fino): "En Francisco de Orellana, Prefectura Apostólica de Aguarico, a 11 de febrero de 1965, recibió sepultura el cadáver de un hombre auca, de unos 40 años de edad...(faltan otros datos, no podían saber entonces que acababan de matar a un importante guerrero, jefe de clan y con él a muchas otras personas que irían en seguidilla), falleció el día 9 porun disparo de escopeta de Gervasio Noteno que defendió a su papá Aurelio Noteno". Pues la muerte hermana y quita pasiones, Ñihua y Aurelio fueron enterrados mano amano, aunque en sitio poco apropiado pues su morada ha resultado estar a la vera del aeropuerto. A decir de sus hijos Ñihua tenía un genio muy suyo, de seguro ha de estar algo alborotado con el ruido de pájaros tan impresentables. Como ocurre con frecuencia, dentro del grupo huaorani la muerte violenta del jefe desató una furiosa, ciega, venganza. No me puedo extender aquí en todos sus pasos, pero diré que Kimontare se propuso eliminar, tal vez para que acompañasen al difunto en su viaje definitivo, a sus seres más queridos. Lanceó a la esposa de Ñihua, Buganei; persiguió sin encontrarla a Titara, otra de sus cuñadas, y, en fin, deshizo las grandes' casas familiares, mientras los hijos mayores de Ñihua meditaban su venganza y los pequeflos huían alocados por los bosques al alcance del hambre y de los pumas. Fue tanto el terror de los jóvenes o nifios indefensos que superó incluso al que guardaban en su memoria hacia los caníbales cohuori, de modo que un día algunos de ellos decidieron entregarse a las gentes de Coca. Así comenzaría la desventurada historia de Oncaye, la muchacha que venía a encontrarse con las gentes de Coca en un mal tiempo para ello. Deberíamos contar cómo los runas la persiguieron por el monte, dispara– ron sobre ella hiriéndole en las nalgas, mataron a su compañera y sólo un viejo runa defendió su pellejo cuando los demás, enfurecidos, se apresta– ban a rematarla. Seguiría el relato con su entrega a las hnas. Lauritas, la llegada de una enérgica misionera evangélica, y, en palabras de los misioneros católicos, el nuevo rapto de la Sabina... pero eso es otra historia. 121

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