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del más rampante egoísmo; insultamos al que nos lleva la contraria y, si somos mayoría, tenemos para ello todos los derechos. Del otro lado de la moneda, los huaorani defendían sus tierras y envidiaban las herramientas de los cohuori, caníbales. Eliminarlos y de paso hacerse con hachas o machetes era parte de una guerra santa; por otra parte todas lo son, siempre hay alguien que las bendice. En ese tiempo los huaorani eran un grupo numeroso sobre el río Guiyero (Tiputini), las grandes casas estaban llenas y cercanas. Pasaban por una época de paz interna. Al parecer la llegada de los cohuori a Coca precipitó las hostilidades externas e internas; se trataba de proteger la tierra y de apropiarse de instrumentos útiles, esa cruzada iba a causar muchas víctimas. Algunos clanes trasladaron sus casas al río Indillama; plantaron otras casas enlo que hoy se llama Vía Aucas, hacia los kms. 14 y 5. Estaban a un tiro, a una correría, de la Misión incipiente. Hubo dos hermanos,Ñihua yKimontare, con su correspondienteprole, que tomaron la iniciativa en las hostilidades. Ya conté cómo Ñihua sometió a sus hijos varones a espartanas ascésis hasta alcanzar una maravillosa eficacia como guerreros selváticos; podían recorrer a la carrera distancias inverosímiles, soportar el hambre, la sed o el dolor. Kimontare debió hacer algo semejante, eran de la misma escuela; en ese momento su hijo mayor se llamaba Tagae, tendría unos 18 años. Los dos clanes seunieronenlamayoría de sus acciones enlos alrededores de Coca; en general las cosas les fueron bien, recaudaron una considerable colec– ción de herramientas, eliminaron algunos odiados cohuori ytenían a todos los demás con el alma en un hilo. Por lo que dicen las crónicas, tener el ánimo así es una sensación muy molesta. El 9 de febrero de 1965 los dos hermanos, acompañados de sus hijos, cruzaron el Doroboro por el vado de Annenia y lancearon, en la quebrada de Manduro, a Aurelio Noteno. Pero esta vez los huaorani dejaron de ser invulnerables. El hijo del caído disparó contra el que parecía ser el jefe y Ñihua comprobó brutalmente para qué servía "el palo que hacía ruido". Con la espalda llena de postas pudo correr todavía algunos metros, tuvo fuerzas para decir a sus hijos que huyesen y murió ante el estupor y la terrible rabia de los suyos. 120

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