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Por mi parte le acompafio educadamente en su risa mientras atiendo y entiendo con dificultad lo que los pompeyanos me dicen en quíchua. - Este trabajo es una vaina, la gringa nos hace sudar de gana, ¡abrir agujeros para cerrarlos de nuevo! Y sí en alguno de ellos aparecen tiestos nos toca trabajo doble porque entonces se empefia en que cavemos todos los alrededores. Por eso, sin que se dé cuenta botamos por el monte los trozos que van apareciendo... Mientras regresamos Santos Dea va traduciendo otras sabrosas con– versaciones que muestran, una vez más, los peligros de fiarse del agua mansa. Los indígenas amazónicos tienen siglos de experiencia en lo que podríamos llamar resistencia activa o, mejor, ponerse el mundo por montera. Siguen siendo lo suficientemente inmunes al cambio para no inmutarse ante esta excéntrica recogedora de basuras. En fin, entre estos y otros pensamientos batuecos nos metemos por un laberinto de trochas petroleras; han hecho tan irreconocibles las sendas runas que acabamos perdidos, cayendo en calientes aguajales y, al fin, en la ribera del Napo. A Santos le tocó desandar el camino hasta el Indillama para recuperar la canoa mientras yo procuro llegar a casa. Cuatro horas después llega él con una caja de cartón llena de fragmentos de cerámica muy diversa. -Me lo dio Jacob; lo ha recogido sin que la gringa se entere en su propio campamento y alrededores. Dice que es por el favor que le hiciste al ayudarle ante la compafíía petrolera y porque la gringa no le cae nada bien. 117

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